Cuando me asomé por la ventana no pensé que descubriría que la tía Doris tenía razón. Hay un marciano allá abajo en el jardín, dijo ilusionada. Marcianos mis cojones pensé yo, buscando asomarme por la baranda y ver el patio del condominio, patio de céspedes semiverdes y arbustos ovalados, lamparitas como aro de perla y caminitos que no llevan a ninguna parte. Ahí, en medio de ese diseño estéril y repetido de los condominios hechos sin cariño, había efectivamente un ser de otro planeta.
Tiene un ramillete de flores en la mano y viene silvando de amor, dijo ella antes de irse a la cocina y poner la tetera al fuego.
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